Una tupida selva-jardín filtra la luz implacable de la tarde en la acogedora casa de una familia de músicos, donde nos recibe la cantora Adriana Tula. “El año empezó con muchos sueños y con el entusiasmo de cantar nuevamente en Cosquín. Después, como todos los años, fuimos a Tilcara, donde organizo la Chaya de los Músicos, y luego a Necochea: el 7 de marzo fue la última actuación”, recuerda, y el plural incluye a su compañero en la vida y en la música, el guitarrista Peter Würschmidt.
“Meses después vino el show del Septiembre Musical virtual, hermoso, impecable desde lo técnico, pero faltaba el público”, lamenta, y confiesa: “estaba en mis planes preparar un disco. Aunque se piense que hubo más tiempo, no fue así porque hemos tenido que reemplazar cosas; ayudar a los miembros de la familia que se quedaron sin trabajo. También diría que he perdido el contacto con la música porque si bien al principio empezamos haciendo videos, la añoranza del escenario, del contacto con el público me ha provocado mucha tristeza. Hasta hoy, cuando canto no puedo evitar el nudo en la garganta. Por otro lado no me gusta el streaming; es frío y distante. Lo mío, desde hace 40 años, es el escenario, el ida y vuelta de la mirada, el silencio, la risa, el aplauso y la emoción. Hubo momentos en que sentí que me quedaba afuera de todo. Me afectó mucho, a la par de tantos amigos queridos que se han ido”.
Tula agradece disponer de otra fuente de ingresos: “tuve que trabajar el triple para ayudar a mis hijas -Agostina y Luciana Tagliapietra- que viven sólo de la música. Podría cantar al aire libre, pero no lo haría porque mi repertorio deja de tener sentido con lo que estamos viviendo. Quiero que volvamos a abrazarnos, a guitarrear, a aprender temas de los grandes hacedores de la región”. Su promesa es cantada: “vamos a volver… cantando al sol como la cigarra/después de una año bajo la tierra/igual que sobreviviente/que vuelve de la guerra”.